Cuestión complicada y contradictoria, las etiquetas y los estereotipos son algo con lo que convivimos todos los días. Queramos o no, tendemos a diferenciar a todo el mundo a través de éstos. Sin embargo, somos más parecidos de lo que nosotros mismos creemos a pesar de querer diferenciarnos siempre que se nos presenta la ocasión o nos dejan. Cada persona es única, es verdad, pero no tanto.
«Desde que nacemos, sólo por el hecho de pertenecer a en una familia u otra, ya estamos circunscritos en un medio sin que hayamos podido elegir. Desde nuestro círculo familiar, entorno educativo, ámbito laboral, grupo de amigos y medio social, se producen unos encuadres que nos irán delimitando el camino. Se nos identifica con un rol debido a características personales y a la percepción que tiene los demás de nosotros y éste nos inmoviliza evitando que seamos y obremos de otro modo.
Una sociedad sin estereotipos sería una sociedad fundamentada en la concepción de igualdad de todas las personas, sin encasillamientos. La acumulación de avances científicos, tecnológicos, etc., no es progreso auténtico, éste viene definido por el avance de la conciencia de libertad, de una nueva concepción de los comportamientos individuales y colectivos.
Si queremos conseguir una sociedad donde no clasifiquemos a las personas, tendremos que admitir los contrastes e incorporarlos a nosotros. De ese modo, se podrá ir haciendo una sociedad donde quepamos todos con nuestras diferencias y nuestras igualdades.»
Extracto del artículo de Ana E. Martínez-Gracida Núñez